Que Nunca Se Apague Tu Luz
A la luz le toma ocho minutos y diecinueve segundos llegar a nuestro planeta. Pero en mi caso, le tomó un poco más de 26 años. Extraño, ¿verdad? Hay quienes aún recibiendo el resplandor solar, viven a la sombra de sus tristezas y en la oscuridad de sus temores. Yo fui de aquellos, hasta que llegó mi rayo de luz.
Su radiante alma salió disparada por el universo un día como hoy hace 26 años. Sí, el mismo tiempo que le tomó llegar a mí. Comienzo a creer que nada sucede por casualidad y que nuestro encuentro estaba dictado por el resto de astros que por el cielo se pasean.
¿Qué puedo contarles sobre ella? ¡Muchísimo! Comenzaría por su brillante sonrisa. Es de esas que te contagian y te inyectan energía para superarte cada día, para sujetar la vida con mucha fuerza y alegría. Su voz, origen de celestiales cantos y un delicado sonido que me envuelve, llena mi alma de sabiduría tan pura como su propia luz. Su penetrante mirada, escudriña mi alma y analiza cada movimiento, cada sutil acción de mi mente. Y por supuesto, su corazón marca el ritmo de mi vida con la armonía de su cariño, de sus virtudes, de sus tristezas y alegrías.
Imposible olvidar el primer encuentro. El instante en que la oscuridad se apartó para siempre. Un recuerdo que viene a mi mente como relámpago cada vez que observo sus atardeceres. ¡Qué dichoso soy de sentirme suyo, de sentirla mía; de reposar cada mañana junto a los amaneceres de su amor, tesoro que guardo en lo profundo de mi alma!
Hoy ya no me siento perdido. Ya no siento soledad alguna porque, en cada paso de mi vida, mi luz me acompaña. Me marca el camino y me libra de las desgracias. Que en el cielo sigas brillando, adorado rayito de mi ser. Flor radiante que se plantó en los jardines de mi amor. Dios me conceda la gracia de acompañarte en todos los albores de tu vida. Día tras día. Año tras año.
Felicidades por un nuevo aniversario de llegar al mundo con tu luz y de iluminar el mío con tu amor.
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