Bratja

Abrir los ojos nunca volvió a ser igual. El día ya no era el mismo sin su compañía. Es la idea que subía desde el centro de mis sentimientos hacia mi cabeza. Aún me parece que fue ayer la infinita despedida que nos dimos aquella soleada tarde y el terror de la pesadilla de los siguientes días permanece intacto en mis recuerdos.

La melancolía se ha comenzado a desvanecer gracias a los seres celestiales que mi hermano nos envió para hacernos compañía el resto de la vida. Desde ese misterioso más allá ha continuado su heroica obra. Muchos dicen que era el menor de los tres, pero qué grande es su espalda; sus decisiones y nobleza le ganaron el título de Don, título que guardo con gran afecto para quienes lo conocieron.

Antes de su partida había una sola meta en mi vida: Ganarme su afecto. Ahora entiendo que debo viajar más allá de las estrellas para alcanzar tan dichoso objetivo. Mas no estoy solo, aún está conmigo el otro, el sánduche, el que todo me lo ha aguantado; mi rival por el afecto del ser querido que ahora es motor de los astros.

¿Cómo puedes estar muerto si en mi corazón te siento a cada instante? Me hago esa pregunta muchas veces, cuando los sonidos de las olas chocando junto a los gritos regresan a mis recuerdos. Es la dicotomía de su partida, que me aterra durante el mes de abril, pero para estas fechas me llena de orgullo y alegría porque sé que está a salvo.

En un comienzo confieso que no entendía lo que pasaba, era tan extraño estar viviendo aquella tragedia, la vida se salió de contexto y me encontraba solo en medio de alguna grotesca película de terror en donde sentía que yo era el siguiente. Así fue durante algún tiempo, en el que fui un cascarón sin vida por dentro, la luz del sol golpeaba mis pupilas mas no podía apreciar color alguno a mí alrededor y la penetrante oscuridad le ganaba la partida a los millones de fotones del sol. 

Dicen que uno tiene que bajar hacia lo más profundo de su ser para encontrar la puerta de salida de aquella profunda tristeza. La mirada alegre de sus retratos me animaba a hacerlo, a emprender aquel viaje para escapar de la depresión de su partida, tal vez el momento más triste de mi toda mi vida. 

Con su foto bajo mi brazo empecé a viajar hasta encontrarme con el demonio de aquel abismo que me mantenía a raya y en absoluto desconsuelo. Como una fantasiosa película, de las muchas que vimos juntos, para vencer a aquel esbirro del infierno tenía que enfrentar mi peor temor y saltar al barranco con la fe de volver a verlo, de que estaba bien y que se encontraba a mi lado siempre.

Logré convencer a mi alma de dar aquel salto, uno de fe para vencer la amargura, la aflicción y el desconcierto. Tras el salto, caí varios miles de millones de milímetros (o cual sea la medida de distancia del alma), el abismo era profundo y el temor de tocar fondo se imponía de a poco en mi mente. Al final, un gran chapuzón y ese sentimiento de que me hundía, que me ahogaba, que me iba con él. Dejé de luchar, todo lo que en ese momento deseaba era perder la vida y volver a verlo.

Con mis ojos cerrados, me rendí. “Jorge, Jorge, vive hermano, vive”, era su voz, después de tanto tiempo volvía a escucharla. Era todo lo que deseaba, escucharlo nuevamente. La tristeza se desvaneció y al abrir mis ojos me encontré en lo profundo de ese oscuro mar de nostalgia y quebranto, sobre la superficie del agua podía ver la luz del sol en la mañana. Me descojoné y nadé para tomar aire. Qué gran sorpresa me llevé al salir del agua. El abismo ya no estaba y en el horizonte podía avistar una resplandeciente playa con arenas blancas, casi tanto como la nieve.

Usé todas mis fuerzas para nadar hasta la orilla y, al llegar, mis ojos se llenaron de lágrimas al ver su rostro esperando por mí y su mano extendida para levantarme.

“Ya está todo bien, no te volveré a dejar solo. Voy a estar contigo siempre”, fueron sus primeras palabras. “Ya nos volveremos a ver. Recuerda esta playa y vuelve a nadar hacia ella cuando el tiempo llegue. Te estaré esperando”, tras esto se desvaneció entre las altas palmeras mientras yo caía rendido sobre la arena.

Desperté en mi cama, la misma de la cual no quería levantarme días atrás. Desde entonces ha estado conmigo cada día de mi vida, cuidando de nosotros: de Julio, papá y mamá. El abuelito no aguantó su ausencia y partió rumbo a él un par de días antes de mi cumpleaños. Sé que lo recibió en la misma hermosa playa en la que espera por todos nosotros.

Mañana serán veintitrés años del nacimiento de una estrella, de un héroe para tantos, de un hermano para muchos y de una estrecha amistad de tres que sigue creciendo a pesar de la eterna distancia.

Después de muchas tazas de café y algunas velas apagadas quiero decirte: Feliz cumpleaños Don Pablo, gracias por seguir guiando nuestras vidas. Mi hermano, mi amigo, mi héroe.

En memoria de Pablo David Poveda Romero, hombre noble, 
amado hermano e hijo y un grandioso amigo.    

Comments

  1. Guaaau, todavía se me pone al piel de gallina al leerte, no puedo negar que un par de lagrimas salieron de mis ojos al leer tan desnudos párrafos, el amor se sintió y transmites emociones, eres un artista, sigue adelante!!, me robe una frase que me describe en este momento. soy un gran fan!

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    1. Muchas gracias por tu aprecio Carlos, lejos de considerarme un artista, me considero un escritor aficionado y apasionado por lo que hace. Es grato saber que hay personas que disfrutan lo que escribo. Mis mejores deseos para ti.

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