Extractos De Mi Mente Al Decir Adiós

Estaba sentado en la misma habitación que había visitado tantas veces durante los últimos meses. Se trataba del mismo cuarto donde me había despedido de mi hermano, de mi abuelo y mis tíos. Quizás no el mismo, pero la sensación era similar. El olor a tristeza se percibía a través de las ventanas y el estallido de las gotas de lluvia contra el vidrio marcaba el paso de los segundos. Como si el reloj se rindiera ante este fenómeno de la naturaleza, dilatando el tiempo en fracciones casi infinitas, en pestañeos de vidas que se fueron en un abrir y cerrar de ojos.

¿Llovía? Ya no recuerdo, pero a través de mi rostro chispas de agua recorrían cada imperfecta zona hasta caer en mis manos. Mi mirada, por supuesto, estaba pegada al piso, como si algún secreto se encontrará escondido en las formas de las baldosas, buscaba una respuesta a lo que estaba sucediendo nuevamente, y por alguna extraña razón exploraba los diferentes mosaicos que mi mente observaba con singular detalle.

A medida que el momento de decir "hasta pronto", como un triste consuelo, se acercaba, comenzaba a sentir que la vida se me escapaba entre los dedos. Con el paso de las fracciones de segundo mi mente comenzaba a hundirse más y más en la amargura. Vaya trampa que es esta sensación, es como luchar en la arena movediza tratando de escapar, sin saber que te hundes cada vez más y más.

Solo la calidez de la mano que se posó sobre mi hombro pudo despertarme de aquella deprimente somnolencia de la que estaba padeciendo. La sangre me regreso a las mejillas y desperté. Miré el rostro de la dulce mujer que ahora se sentaba junto a mí. Por un instante juraría que era un ángel. 

Todas estas tormentosas ideas que habían pasado por mi mente los últimos treinta segundos se desvanecieron. ¿Treinta segundos? ¿Es en serio? Me pareció haber padecido una vida entera y otra más por si hacía falta. Es la terrible fuerza que tiene la depresión, puede hacer de la más minúscula de las tristezas un mar de llantos.

Ahora que mi ángel me había rescatado, los recuerdos de los gratos momentos regresaron a mi mente. El "hasta pronto" volvió a llenarse de mi fe por un futuro reencuentro. El tiempo volvió a su curso natural y llegó la hora de salir de aquella gélida habitación. Una cicatriz más a la golpeada vida que tenía.

¿Vida? Sí, vida. Estamos vivos, ¿verdad? Hay que dejar que los muertos entierren a los muertos dice aquel que con vida nos espera en la eternidad. Ahora tocaba regresar a vivir, dejar a los minutos convertirse en horas, las horas en días y los días en años. Al salir del lugar dejé todas esas sensaciones enterradas junto a una nueva tristeza y tomado de la mano de mi amada, recordé que es hora de volver a vivir.

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